A veces miro con nostalgia la época en la que las amistades de mi infancia se construían a través de largas jornadas de juego en las calles del barrio, donde todos los niños que allí habitábamos sentíamos que ese era “nuestro” barrio y teníamos referentes concretos de los lugares que compartíamos y definían nuestra identidad:

La tienda, la casa de la señora que vendía los helados, el templo donde nos llevaban nuestras mamás a misa y que luego se volvió el lugar donde nos encontrábamos los vecinos para charlar acerca de lo acontecido durante la semana. A esto se suman los recuerdos de los paseos familiares, las salidas al campo algunos fines de semana y las comidas en la carretera, donde todos los primos jugábamos y compartíamos nuestros sueños para cuando fuéramos “grandes”.

Ahora que ya soy madre y psicóloga, veo con inquietud cómo hemos cambiado las dinámicas de relación y cómo a nuestros niños les hemos limitado las actividades con otras personas al aire libre, por la falta de tiempo y por qué no reconocerlo, por la comodidad de dejar a los niños(as) conectados a algún aparato electrónico y evitar así que demanden nuestro tiempo y atención. No es esto injusto, cuando precisamente abanderamos la causa como padres de darles lo mejor a nuestros hijos, cuando muchas veces les quitamos experiencias significativas a cambio de objetos materiales que los limitan en otras esferas de desarrollo psicosocial?

Estas situaciones, he venido reflexionándolas al darme cuenta de la carencia en habilidades sociales de los niños(as) en la actualidad, tales como comenzar conversaciones con conocidos o extraños, inventar juegos, resolver conflictos (nos ponen quejas a los adultos para que le llamemos la atención al otro niño, sin que ellos tengan que pasar por la incómoda, pero necesaria, situación de resolverla), entre otras. Es acá dónde necesitamos comprender la queja de nuestros muchachos cuando manifiestan estar aburridos en ambientes donde lo tienen todo para entretenerse, cuando en realidad lo que pueden estar pidiendo es nuestra compañía y contar con experiencias para aprender de sí mismos y del entorno que los rodea!

Creo que es hora de retomar la crianza desde la importancia de la carencia, es decir, obligar a nuestros niños a que aprendan a buscar alternativas por sí mismos, dejarlos pensar en soluciones y que sean ellos los que las pongan a prueba bajo nuestra guía, que vuelva a usar sus manos y su cerebro para entretenerse y sobretodo que aprendan que la diversión aparece más fácilmente si estamos con otro ser humano, así esto implique negociar, hablar y ponernos de acuerdo, pero es que esa es la base para la construcción de relaciones futuras, y de la calidad de dichas relaciones será la calidad de vida que se forjen.

No corramos a resolverles el aburrimiento a estos pequeños de la era tecnológica, tal vez si les enseñamos que hay un mudo fuera de las pantallas que los rodean pueden disfrutar la esencia de lo que es estar vivo!