Desde mediados del siglo XX se lograron grandes avances en materia de visibilización de los derechos de los niños y niñas, ajustando las prácticas sociales hacia el respeto de éstos, la creación de espacios adecuados paras su desarrollo y el ajuste de actividades según sus necesidades de desarrollo físico, cognitivo, emocional y social.

En las aulas de clase se ajustaron los contenidos, los espacios y las actividades a las etapas de desarrollo de los niños y niñas, creándose un ambiente lúdico que ha permitido hacer de la escuela un espacio agradable para esta población. Los pequeños de ahora disfrutan de aulas de clase más ajustadas a su tamaño y a su forma de aprender, aunque no podemos desconocer que todavía tenemos dificultades en algunas poblaciones rurales para que estas condiciones también las disfruten los niños y niñas de las escuelas alejadas de los cascos urbanos.

Se ha visto la necesidad en Colombia a través de diferentes políticas orientadas a la Primera Infancia, de enfocar los programas académicos de los primeros años escolares (Preescolar y Primaria), hacia el desarrollo de competencias sociales que favorezcan la creación de comportamientos y relaciones favorables para la convivencia dentro de la escuela y en los demás entornos donde los niños (as) se desenvuelven.

Dentro de las competencias sociales que se incentivan en la infancia están la colaboración, el respeto por la autoridad y las normas, la aceptación de los compañeros (as) de clase, la identificación y aceptación de las características de los demás, la solución de conflictos, entre otras, viéndose reflejado estas en prácticas como el juego, el trabajo en grupo para el desarrollo de proyectos escolares, la creación de academias extracurriculares donde se reúnen a los niños (as) según sus intereses, la creación de espacios como la mediación escolar, entre otras muchas propuestas interesantes, donde el objetivo ya no es sólo el aprendizaje de conceptos y habilidades técnicas, sino el aprendizaje de habilidades que permitan la sana convivencia entre pares.

Sin embargo, algo pasa con la educación que le estamos dando de los adolescentes y jóvenes, ya que se ve un quiebre entre la educación básica donde se promovía la colaboración y respeto, para pasar a la educación media desde la enseñanza enfocada en la competencia, el desarrollo individual y el interés por triunfar sobre los demás. Según nuestra sociedad actual, así preparamos seres competitivos, orientados al éxito, con deseos de conseguir dinero y mantener el mercado funcionando a través de la creación de necesidades de consumo de objetos superfluos y poco indispensables para la vida cotidiana, metiéndonos en una sociedad exigente e insaciable en cuanto a la incorporación de ideologías y objetos que se convierten en “Deberías tener, adquirir, pensar” entre otros.

La pregunta sería, ¿A dónde nos ha llevado esa ansiedad por tener y por aparentar en los diferentes círculos sociales? y la respuesta aunque no la encontremos de manera explícita, sus efectos sí aparecen a través de la sociedad de consumo que se ha creado, en el vacío existencial de muchos niños, niñas, jóvenes y adultos principalmente, que miden su felicidad desde la escala de éxito social y desde la cantidad de objetos comprados u obtenidos de diversas formas, a veces de manera inadecuada…

Por eso, para romper un ciclo de vida banal, superficial y poco importante desde nuestro crecimiento personal, deberíamos más bien preguntarnos: ¿Hacia dónde estamos llamados a educar a nuestra juventud actual? para encontrar así que nuestra función consiste en la promoción de la convivencia con el otro, el volver a retomar el disfrute de la presencia de los demás como seres significativos para nuestro crecimiento (no como utensilios que me sirven para …), y sobre todo volver a poner en el centro de la educación la legitimización del OTRO, como un ser humano que desde su emocionar, me enseña, me acompaña y me permite descubrirme en la relación que creamos juntos.

¿No será esta la solución contra la violencia, el bullying escolar, los problemas afectivos y relacionales actuales?

No será que en la máxima “Ama al otro, como a tí mismo” está la solución para aprender que en la medida que valoro y reconozco la voz y la presencia del otro, me valido a mí mismo como un ser importante dentro de la sociedad?

Estamos a tiempo de construir una sociedad más justa y razonable, pero para eso debemos responsabilizarnos desde nuestros roles como ciudadanos, a través del cambio de ideologías y prácticas donde podamos reconocernos en la relación interpersonal como indispensable para el crecimiento de los que me rodean y de mí mismo.