¿Cómo es posible, se preguntan algunos, que a pesar de las campañas, las escuelas de padres y la información masificada para evitar el abuso sexual, y todavía sigue ocurriendo?

En este punto quiero señalar desde mi experiencia profesional, que la sola información no garantiza cambios en la forma de comportarnos los seres humanos, por ejemplo, si se sabe que es un riesgo que los niños en edad preescolar permanezcan solos sin la supervisión de un adulto, por qué los padres siguen dejándolos expuestos a peligros? La respuesta no es por desconocimiento, sino por la existencia de otras condiciones [pueden ser económicas, sociales, etc…], que mantienen a la familia haciendo lo mismo como estrategia en su crianza.

Situación similar es la que se presenta con la invitación a evitar las conductas de riesgo, ya que lo que se debe trabajar para realizar una verdadera prevención no es sólo dar a conocer los riesgos para la ocurrencia del abuso sexual, sino explorar cuáles son las creencias familiares, sociales, los hábitos de autocuidado, entre otros, que mantienen la dinámica del abuso sexual como válida al interior de algunas comunidades o grupos sociales.

[Ej. La creencia cultural en algunos sectores que la relación sexual adulto- niño[a] es una forma de enseñanza de la sexualidad o como un derecho de los adultos que se consideran dueños de los cuerpos y la vida de los niños y niñas de sus familias].

Otra situación, basada en creencias sociales que mantiene la ocurrencia del abuso, es considerar que la exploración y el contacto sexual al interior de la familia es menos peligroso o perjudicial que iniciar la vida sexual con extraños. Si nos detenemos en este punto, lo crucial acá es reconocer que a pesar de la curiosidad infantil hacia el cuerpo y las sensaciones que este aporta, es normal, no por ello los adolescentes y adultos deben aprovecharse de esta curiosidad, interpretándola erróneamente como un deseo sexual por parte de estos pequeños cuando hablan o tienen juegos de exploración con su cuerpo.

En este punto es cuando el ojo del adulto se encarga de tergiversar un comportamiento normal, como los juegos o caricias entre niños[as],  asumir que dichos comportamientos responden a un deseo sexual de los niños[as] el cual en realidad no existe por la misma inmadurez física y emocional del infante.

Como nos podemos dar cuenta, la dinámica que se establece entre el abusador y su víctima no se limita a las acciones o palabras de carácter sexual, sino que viene acompañada de creencias, mitos y prácticas familiares y/o sociales que llevan a que ocurra un evento como el abuso sexual, muchas veces sin el menor remordimiento, vergüenza o culpa del abusador.